sábado, 25 de mayo de 2019

Esta semana pasada, un grupo de alumnos de nuestro Instituto se atrevieron con la puesta en escena de la obra de Federico García Lorca, Bodas de Sangre, obra basada en un hecho real acontecido en el entorno de Níjar, allá por los años 20 del pasado siglo.

La puesta en escena, fue magnífica, y la altura de su calidad, admirable. Totalmente elogiable el trabajo ímprobo de cuantos contribuyeron a hacerla realidad, y también su dinamización para mover al resto del centro a cultivar con esmero la divulgación y concienciación del valor inmaterial e intemporal de semejante autor y obra.

Nosotros, por nuestra parte, hemos querido, a través de la lectura de algunos fragmentos cruciales, sumarnos al evento de nuestro entorno. Y así aportamos el siguiente artículo .


La vida resulta ser supervivencia en sus condiciones más simples, pero algunas veces la vida produce algo más, eso que llamamos arte, haciendo emerger lo único, lo excepcional. Si bien nada es porque sí, en Lorca confluyen todas las esencias de su entorno que bien supo destilar con total naturalidad. Federico vivía, cual torero, arriesgando y encarando todas las experiencias que le surgían, y con verdadera inteligencia absorbía y reelaboraba lo que luego le emergía. Su vida fue intensa y rápida, como la del torero, y así como vivió, murió.

La vida está llena de azar y azahar, de adelfas y madreselvas, rosas y jazmines, en los vergeles y jardines … En la Vega del Genil viniera a nacer en familia bien labrada y generosa, despierta y abierta … a la justicia y al progreso.

Así, Federico fuera asentado y bautizado en Fuentevaqueros. Pero, dónde físicamente naciera, -sobre este particular hecho, matizo-: alguien me contara que más certeramente fue parido en Valderrubio, que en aquellos tiempos era una reducida aglomeración de viviendas de vecinos que labraban las tierras de la familia Lorca. Este pago era denominado “La Asquerosa”, que, por su malsonante denominación, no pretendiera desprecio en sí, sino una degeneración que el tiempo y la incultura provocaran a un nombre mucho más bello, “La Aquarosa”, pero el mal uso tergiverso los sonidos y lo trocó en lo que más tarde diera motivos para adquirir la actual toponimia. Así en esa finca de “La Aquarosa”, de tan bella denominación y junto a la ribera del mismo Genil, vino a nacer el primogénito de Vicenta Lorca Romero y Federico García Rodríguez, pues en esta hacienda se encontraran cuando las aguas surcaran …

Pero centrémonos en el parido, el buen hacer de Federico no puede ser concebido sin la musicalidad y sin los acordes de la amistad sincera y fundida, y esa apremiante creatividad al contacto con otras inteligencias y sensibilidades. Y su permeabilidad para absorber y nutrirse. 

Ciertamente se hace a sí mismo, ya en las tertulias y viajes. Y siempre está con quien y donde puede cultivar ese pensar y ese trabajar. Su obra, y más que nada, su poesía, quintaesencia de su producción, emana y no puede entenderse sin el surrealismo daliniano, el mismo modernismo de Rubén Darío, o sin la musicalidad de Manuel de Falla. ¡Ah!, y la pasión y el furor del mundo gitano, así como el argot tan presente y necesario del coso taurino. Por este hacer, Federico es universal, porque sus mimbres y urdimbres son capaces de entrelazar los sentires y decires de toda la humanidad al par.

Por ello, para adentrarnos y entender su obra, hemos de andar primero sus caminos recorridos. Hay que saber masticar los intensos sabores de los sentimientos y al mismo tiempo saber degustarlos siguiendo el ritual de los trances taurinos… entender que las palabras son como flores, que brotan y se marchitan y que pueden ser situadas en cualquier lugar sin miramiento, porque las palabras son en si ya flores que emanan, como sus aromas, metasignificados, captables por esos sextos sentidos que puedan arrebatarlos.

Hay también en su hacer y obra un animismo, y personificaciones de elementos naturales que para unos pueden pasar por irracionales. El mundo de Federico es un mundo paralelo como el vuelo de los pájaros, que unas veces alcanzan los cielos y otras rasgan los suelos, pues para ellos el vuelo es solo juego, y como tal, Federico juega y vuela con las palabras.

Y quien quiere seguir sus poesías ha de intuir y no deducir; luego, saber sacudir las gotas del rocío o del manantial del estío, que hayan impregnado el sentir. Las metáforas, símiles y comparaciones, así como las reiteraciones y evocaciones inundan la obra de Federico García Lorca, la cual supone un paso evolutivo en el desarrollo del lenguaje y en la comunicación, inseparable de la música, la pintura, la literatura, y de la misma lingüística…

 Pero al igual que "conversara" con Manuel de Falla, tan importante o más, tanto la presencia y asistencia de su padre, como la del Maestro Antonio Rodríguez Espinosa (https://elpais.com/ccaa/2012/07/11/andalucia/1342029588_675340.html) el tito Antonio …  que cuando fuera destinado a la ciudad de Almería en 1906, los padres del futuro poeta, que tenían gran confianza en Rodríguez Espinosa, le confiaron la tutela de su hijo.  Y así, García Lorca estudió el curso 1907-1908 en Almería y se preparó y aprobó el examen de ingreso en el Instituto General y Técnico de dicha localidad, pero una grave enfermedad que le aquejó a mitad del curso le obligó a volver con sus padres, continuando ya en Granada el resto de su educación.





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